El pasado 15 de junio de 2017, tuvo lugar la presentación del libro EL PADRENUESTRO EN IMÁGENES en la parroquia de San Antonio María Claret, en la ciudad de Cartagena. El acto fue presentado por Miguel Galán, un "maestro de pueblo", como a él le gusta llamarse. El texto de dicha presentación fue el siguiente:
Texto de la presentación del libro
“El Padrenuestro en
imágenes”
Buenas tardes.
Punto uno: prometo no leer 200 folios ni
castigarlos con dos horas y media de rollo insoportable. Lo malo, si breve,
parece menos malo. Con el calor de hoy ya van suficientemente horneados.
De entrada, enhorabuena por su buen
gusto al asistir a este acto.
Como
compensación, se van a llevar a casa dos premios:
a)
Uno para el alma: la asistencia conlleva indulgencia plenaria.
b)
Otro para el bolsillo: el justificante de haber estado hoy aquí desgrava en su
Declaración de la Renta. Pídanlo a la salida.
¿Qué les ha traído aquí? ¿Ver en carne mortal
a un elegido de Dios? Si es así, han acertado.
Es un tocado por la varita desde su primer
día. Tanto es así que el médico –cuando salió del paritorio a darle la novedad
a su padre– le dijo: «Dudo si
felicitarlos o no. Han tenido ustedes un fotógrafo con insatisfacción artística
incorporada de fábrica». Acertó el hombre. José Antonio es un esteta
en grado sumo.
Y José Antonio no ha defraudado a nadie. De
entonces acá, le ha crecido –y encanecido– la barba y se le ha depurado la innata
sensibilidad artística.
José Antonio piensa –y repiensa– las
fotografías, las macera en su cerebrito y cuando están en sazón las regurgita y
nos las regala plasmándolas en sus libros.
Por cierto: sus libros no son meras sucesiones
de fotos. Cada una de ellas comporta, significa captar el instante y dejarlo
suspendido. Representan emociones, sugerencias. Si alguien aprecia solo el
aspecto estético está infravalorando la intención de José Antonio.
Hace unos decenios había un cantante –Ricardo Cocciante– que
alcanzó el éxito con una canción: “Bella sin alma”. Las
fotografías de José Antonio son bellas y animadas (con ánima, tiremos del latín).
Ojo ( nunca mejor dicho): No
falsea la realidad, la embellece; extrae la sensibilidad, que aguarda muda y ansiosa,
la aflora.
¿Y qué
apuntar de los textos que subrayan el muestrario fotográfico? No los toma al
azar. Nada de eso, los selecciona con tanto amor como parsimonia, buscando el
encaje perfecto. Con decirles que más de una vez he pensado en los santos
varones que –a golpe de pluma y tentero– produjeron excelsos textos religiosos. Estoy
convencido que más de uno se dijo para sí: «Voy a hacerlos requetebién, que dentro de unos siglos
aparecerá por España un tal José Antonio y he de estar a su altura».
De mi amigo José Antonio me gustan hasta sus
andares. Por eso no soy imparcial. Pero ustedes, cuando paladeen las páginas
del libro, comprenderán que no les engaño.
Cuando adquieran el libro –porque lo adquirirán, no me cabela menor duda– no le hacen un favor a este hombre,
se lo hacen a ustedes mismos.
Resumiendo: José Antonio es el afán de
perfección personificado; es tan autoexigente que únicamente lo conforma lo
sublime; de ahí hacia arriba, lo que le pidan.
A ver, a ver… ¿He dicho o dado a entender
que el interfecto –aquí a mi izquiera– es perfecto? Lo retiro, me
retracto. Luce –a su pesar– dos imperdonables borrones. Estos:
- Nació en Antequera, en vez de hacerlo en Cartagena; nadie es perfecto, como se
quería demostrar.
- Es un negrero, como lo oyen: a los modelos no nos paga un céntimo y nos
esclaviza con horarios que duran una eternidad. Sabemos cuándo
empezamos, pero –échale hilo a la cometa– a saber cuándo terminaremos. Ustedes ven el resultado
final, pero no se imaginan el proceso preparatorio que es- conde cada clic definitivo. Si les digo que
una chorrá de horas y kilos de
paciencia y de perfeccionismo, no
me llamen exagerao.
Punto final. Hablando de eternidad. No quiero que me
suceda como a cierto sacerdote que... ¿Quieren que les refiera la anécdota?
Allá voy. Érase un párroco de un pequeño
pueblo desgranando la homilía. Como recurso, cada lapso dejaba caer una
pregunta retórica: ¿Qué es la Eternidad?
Así, unas cuantas veces en una pieza que parecía no conocer el fin. Harto de
tanta pregunta y tanta sinsustancia,
un feligrés del fondo de la iglesia se levantó y preguntó sin asomo de retórica:
«¿Qué es la Eternidad, dice? ¿Quiere usted saberlo, padre? ¿Quiere que yo se lo
diga? ¡¡¡La Eternidad es usted
predicando!!!».
Así
que… muchas gracias por su atención.
En Cartagena, a 15 de junio de
2017