El primer viernes de marzo se celebra el
famoso Besapies del Cristo de Medinaceli en muchas iglesias repartidas a lo
largo y ancho de la geografía española. ¿De dónde procede esta devoción?
El origen del Cristo de Medinaceli se
remonta a la primera mitad del siglo XVII. La imagen fue tallada en Sevilla.
Los frailes capuchinos la llevaron a la plaza fuerte española de Mámora ―y
rebautizada como San Miguel de Ultramar―, situada en el norte de África, cuya
función era luchar contra los piratas berberiscos que hacían incursiones en la Península Ibérica.
En abril de 1681, el rey Muley Ismail tomó la ciudad y la imagen
fue tratada bárbaramente y arrastrada por las calles.
Parte del botín
fueron 250 soldados, así como otras 45 personas entre mujeres y niños. La Orden Trinitaria
se fundó con la misión de liberar a los que eran esclavizados; en aquel tiempo
su labor se centró especialmente en los que habían sido hechos prisioneros por
los musulmanes. Enterados de este hecho, se personaron para liberar a todos,
incluida la querida imagen del nazareno tan vilmente ultrajada. Cuenta la
leyenda que el rey musulmán pidió por el cristo un valor en oro equivalente a
su peso y que la balanza se equilibró cuando los trinitarios depositaron justo
30 monedas de oro, la cantidad que se le pagó a Judas por Cristo.
La imagen volvió
a España en el verano de 1682, instalándose en el convento de los Padres
Trinitarios en Madrid. Desde entonces, lleva la cruz roja y azul trinitaria
sobre el pecho, como tantos otros liberados, en agradecimiento a la orden. Los
Duques de Medinaceli pagaron las obras de construcción del templo que la alojó,
recibiendo de ellos el nombre por el que es conocida esta representación de
Cristo.
En pleno siglo
XX, durante la persecución religiosa, los milicianos quisieron destruir la
imagen. Enterados los frailes, la escondieron en el sótanos del templo, lo que
la salvó. Pero en 1937, un batallón republicano la descubrió y fue llevada,
junto con otras obras de arte, primero a Valencia y, de aquí, a Ginebra.
Acabada la Guerra Civil,
el Cristo de Medinaceli vuelve a Madrid en 1939, instalándose de manera
permanente hasta la actualidad en su ahora basílica.
Lo más probable
es que la imagen corresponda a un nazareno, es decir, representa a Cristo que,
tras la flagelación, es llevado a la crucifixión. Como tantos otros a lo largo
de la historia, Jesús es privado de su libertad y, cautivo, sufre la injusticia
de los hombres que lo oprimen. Así le ocurrió a Jesús al final de su vida
terrena y así le sucedió a esta imagen suya. Sufrió el desprecio y la
humillación; fue vejado y objeto de burlas.
Hoy muchas
personas siguen siendo esclavizadas. Algunas como antiguamente, en algunos
países africanos, y otras con formas modernas de esclavitud: prostitución,
trata de blancas, droga, situaciones económicas injustas… Cristo sigue estando
prisionero y sigue llevando la cruz en muchísimos hermanos nuestros. Jesús
espera que los liberemos con nuestras oraciones y esfuerzos efectivos en la
medida de nuestras posibilidades. No podemos mirar a otro lado. Los trinitarios
siguen cumpliendo su vocación, pero todos los cristianos debemos participar de
esta misión que es universal y consustancial a nuestra filiación divina, adquirida
con el bautismo.
Que en este año
de la Misericordia
tomemos especial consciencia de esta realidad y la plasmemos en nuestra
vida.