Las imágenes que componen el
vídeo-montaje “Miradas a la Virgen
de la Caridad”
(ver aquí) se ordenan de cuerdo a un diálogo a tres bandas. Por un lado está Dios Padre
que contempla a Su Hijo muerto en los brazos de María, arropándolos con su
mirada llena de dolor y, a la vez, amor y paz por haber cumplido de forma
perfectísima su santísima voluntad.
María tiene a su hijo en sus manos, sobre su regazo, por
última vez. La visión de Ana Caterina Emmerich nos relata la escena; “La
sagrada cabeza de Jesús estaba reclinada sobre las rodillas de María; su
cuerpo, tendido sobre una sábana. La Virgen Santísima
sostenía por última vez en sus brazos el cuerpo de su querido Hijo, a quien no
había podido dar ninguna prueba de amor en todo su martirio. Contemplaba sus
heridas, cubría de besos su cara ensangrentada” (Ana Caterina Emmerich, La amarga pasión de Cristo).
José Luis Martín Descalzo, situándose mentalmente y con su corazón, también nos
profundiza en este momento: ““Faltaba aún recibir el
cuerpo del hijo muerto, recibirlo en sus brazos y en su corazón. Aquellos
despojos que ella había engendrado, aquella frente -hoy herida- que ella
acarició de niño, aquellos ojos -hoy sin luz- que ella sabía que eran la luz
del mundo: todo aquello lo heredaba ahora, ahora que ya no podía engendrarle de
nuevo (J. L. Martín Descalzo, María de Nazaret).
Al mismo tiempo, Jesús le dice a
su madre que todo ha acabado, que ya se ha cumplido lo que había venido a hacer
a la tierra. Pero, ahora, no debe perder la esperanza. Este solo ha sido el
primer acto de la obra que tendrá su culminación pronto.
Finalmente, Cristo le recuerda al
Padre, con su cuerpo muerto, lo que había pronunciado hacía poco: “todo está
cumplido” (Jn 19, 30).
Todo el montaje trata de expresar
estos diálogos cruzados pero perfectamente integrados, como un triángulo que,
con sus tres vértices, forma una única figura.