El hecho de la
resurrección de Jesús es sumamente importante en varios sentidos, todos
esenciales para nuestra existencia.
Por un lado, la
resurrección de Jesús se convierte en el garante de toda la fe cristiana. Como
nos enseña San Pablo en su primera Carta a la comunidad de Corinto, si Jesús no
ha resucitado, vana es nuestra fe (cf. I
Cor 15, 14). Toda la fe cristiana se basa en la autenticidad de este hecho,
autenticidad real, empírica, no sentimiento o locución interior de unos pocos.
Por otro lado, si la
resurrección aconteció realmente, la muerte no es el final, como afirma la
canción militar; no solo no es el final para Jesús, sino que tampoco lo podrá
ser para nosotros. Recordemos que Jesucristo es el Primogénito de toda criatura, también en la superación de la
muerte. De esta manera, el rechazo que tiene todo ser humano a la idea de la
muerte como final total de toda existencia humana encuentra su principal apoyo
exterior en la demostración llevada a cabo por Jesús en su propia persona.
Y en esta línea, las
propiedades del cuerpo resucitado de Jesús nos adelantarían aquellas que
aguardan a nuestro propio cuerpo, ya que el hecho de la Resurrección de Jesús
daría valor y credibilidad a sus palabras, con las que nos promete nuestra
propia resurrección.
Es tanto lo que nos
jugamos en la resurrección de Jesús, que deberíamos prestarle toda nuestra
atención y esfuerzo y no pasar por ella de soslayo.