La
oración de entrada ―al colegio donde trabajo― de este martes 10 de marzo comenzaba
con el siguiente texto evangélico: “En aquel tiempo, acercándose Pedro a
Jesús, le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces lo tengo que
perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete.”
(Mt 18, 21-22)
La oración continuaba con la parábola del texto de
Mateo, pero yo quise parar aquí y preguntarles a mis alumnos si nuestra
obligación era perdonar hasta 70 veces 7, y les hice la cuenta en la pizarra.
Los muchachos estaban dudosos. Les comenté que, si era así, entonces tendríamos que llevar las cuentas para no pasarnos. Alguno me preguntó si las 490 veces eran en total o por personas. Yo le dije que si eran a cada uno deberíamos tener una libretilla o agenda en la que pudiéramos apuntar las veces que íbamos perdonando a cada uno porque, de cabeza, iba a ser muy difícil. Una muchacha me dijo que debíamos perdonar siempre, no 490 veces. Yo le comenté que si era así, las matemáticas de Dios fallaban y esto no concordaba con la manifestación matemática del Creador en la naturaleza. Aproveché para comentarles algunas de las afirmaciones de pensadores, matemáticos y científicos sobre Dios como un matemático maravilloso. Pitágoras, Newton, Galileo, Eisntein…, habían reconocido a Dios como el más perfecto de los matemáticos, habiendo llegado a exclamar que la naturaleza estaba escrita por Dios en lenguaje matemático.
La alumna tenía la razón. La cuenta que Dios hacía era la siguiente:
Sin embargo, el Matemático perfecto, cuando mira al
corazón del hombre, no pone límite al perdón. Y esto es así
por el amor que le tiene a Su Hijo y el respeto inmenso a Su acción redentora.
Les expliqué a mis alumnos que Jesús tiene un gigantesco saco en el que puso
todos los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos, lo cerró y cargó
con él subiendo a la cruz. Y allí, con su muerte y resurrección, nos alcanzó el
perdón del Padre. Ahora bien, tenemos que permitirle al Señor meter nuestros
pecados en su saco.
Menos mal que es Señor no lleva este tipo de
matemáticas de manera tan estricta a como lo hacemos nosotros. Y es
infinitamente más lo que tiene que perdonarnos que lo que nosotros tengamos que
perdonar a nuestros semejantes. Así que, siguiendo su ejemplo y enseñanza,
estemos siempre dispuestos a perdonar a todos, aunque no nos lo pidan.
Y esto es lo que vamos celebrar en Semana Santa y
para lo que nos estamos preparando en Cuaresma. El Matemático por excelencia,
cuando tiene que ver hasta dónde nos perdona, el valor que le aparece es ∞ (infinito).
Quiero agradecer desde estas líneas a la clase de
2º ESO-B del colegio La Inmaculada (de Cartagena) su corresponsabilidad en esta
entrada.