DEL NACIMIENTO DE JESÚS A LA CUSTODIA



Nos relata san Lucas el nacimiento de Jesús:

Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2, 6-7).


El mismo evangelista nos sitúa algunas líneas después en otra escena que se desarrolla casi paralelamente: “el Ángel les dijo [a los pastores]: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre»” (Lc 2, 10-12). “Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2, 16).


 ¿Cuál ha de ser nuestra relación para con Dios? Jesús mismo responde en las tentaciones en el desierto: “Al Señor tu Dios adorarás, y solo a Él darás culto” (Mt 4, 11).

En la Encarnación celebramos que Dios Hijo se hace hombre. Es por esto por lo que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre (unión hipostática). Respondiendo a su naturaleza divina, San Pablo expone que cuando Dios introduce a su Primogénito en el mundo dice: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Hb 1, 6).

Al poco tiempo del Nacimiento de Jesús, Dios mueve el corazón de unos Magos de Oriente para ir a Belén. Allí, nos cuenta san Mateo, “entraron en la casa, vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron” (2, 11): Epifanía.


En la Última Cena, Jesús nos da un regalo preciosísimo: su presencia real en la Eucaristía.

Por todo ello, el Catecismo nos enseña, por tanto que: “En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están «contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero» (Concilio de Trento: DS 1651). Esta presencia se denomina «real»", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen «reales», sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente” (CEC 1374).

 

Así, aunque no pudimos estar presentes físicamente en el Portal de Belén, ahora podemos estarlo llevando a cabo la misma acción que los pastores y los Magos de Oriente, la adoración, el acto que le debemos al Dios-con-nosotros.