Poco después de inaugurarse el
Año de la Misericordia, comenzó la Navidad, tiempo litúrgico verdaderamente
delicioso que está cargado de significado para creyentes y no tan creyentes.
Recién terminadas las fiestas,
desde este blog queremos volver a traer a la memoria y a la vida la importancia
y el norte del Año de la Misericordia.
En palabras de papa Francisco,
“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es
fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación.
Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad.
Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro
encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada
persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de
la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el
corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de
nuestro pecado.” (Misericordiae
Vultus, 2)
Llegados estos tiempos de la
historia del hombre, el papa ha visto necesario dedicar este año a la
Misericordia: “Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos
llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también
nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado
un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para
la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes.”
(Misericordiae Vultus, 2)
El Año de la Misericordia se
inauguró el día de la Inmaculada Concepción con la apertura de la Puerta Santa
en la Basílica de San Pedro. Antes de su apertura tuvo lugar una peregrinación
hacia la misma y, parando ante ella, se leyó el siguiente texto evangélico: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, por esto me ha enviado [...] a proclamar un
año de gracia del Señor" (Lc 4, 14-25). El papa indicó que se repitiese
este mismo acto en todas la catedrales del mundo, así como en iglesias especialmente
significativas para facilitar a los fieles la vivencia del Jubileo y la
consecución de las indulgencias plenarias siguiendo las directrices que para
ello marca la Iglesia.
Tal y como indica san Juan, Cristo
es la puerta: “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará” (10, 9). Por
ello, el Magisterio de la Iglesia ha asociado la puerta con Cristo, tanto con
la misma persona de Jesucristo como con su Cuerpo la Iglesia. Bien podríamos
concretizar esa puerta de Cristo en su corazón. Este quedó abierto por la
lanzada y el Señor ha querido que permaneciese así después de su resurrección.
Este corazón es la puerta de la Misericordia divina. Como pudo ver santa
Faustina Kowalska, por ella salen los rayos del amor misericordioso a la tierra
con la intención de empapar a toda la humanidad. Al mismo tiempo, el Señor nos
invita a pasar por esta puerta para entrar en las moradas de la Trinidad.
La imagen del Sagrado Corazón de
Jesús se nos presenta con los brazos abiertos, como hojas de puertas,
invitándonos a sumergirnos en el divino amor, para sentir que Dios nos espera
en su corazón para perdonar todos nuestros pecados e invitarnos, al mismo
tiempo, a que hagamos lo mismo con todos los que nos rodean: “Perdona nuestros
pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Como cuerpo
del Cristo cósmico, la Iglesia abre sus puertas para acoger a todos los
hombres. Fuera de Dios solo hay oscuridad y sinsentido. Dios es la luz que
ilumina a todo hombre, perdonando e invitando al perdón. La Iglesia es la luz
de este mundo, administradora de la misericordia de Dios. Entremos a ella.