Una de las primeras imágenes que
aparecen en el libro, a doble página, la constituye una preciosa puesta de sol.
Mientras volvíamos de los Oficios mi esposa y yo en coche un Viernes Santo, ante
nuestros ojos se iba configurando lo que prometía ser una espectacular puesta
de sol. Las condiciones necesarias se estaban reuniendo: nubes bajas sin tocar
totalmente el horizonte terreno, huecos entre ellas, y todas situadas en el
lugar aproximado por el que el sol debía esconderse en unos minutos. Nuestra
casa está en un barrio a las afueras de Cartagena y el camino enfilaba
exactamente el lugar que prometía ofrecer el espectáculo. Este comenzó cuando
estábamos próximos a nuestro destino, por lo que desviamos la ruta hasta pasar
el barrio y aparcar en una explanada sin obstáculos visuales. Paramos el motor
y, sin salirnos del coche, lo utilizamos como punto de apoyo firme, a modo de
trípode.
La Creación nos regaló un
espectáculo que superaba nuestras expectativas. Los rayos de sol se escapaban y
proyectaban radialmente por entre los huecos dejados por las nubes. Los colores
se iban volviendo progresivamente más cálidos. Cada pocos segundos cambiaba la
combinación general, sucediéndose momentos únicos que trataba de atrapar
fotográficamente. Otro elemento que nos sobrecogió fue las dimensiones del
fenómeno. Al compararlo con los elementos que formaban o estaban sobre la
superficie terrestre nos percatábamos de la inmensidad y grandiosidad de
aquella puesta de sol.
Estuvimos en el lugar más de 20
minutos, hasta que los colores rojos, naranjas y amarillos se desvanecieron,
cediendo su puesto a unos apagados grises-azulados. La puesta de sol había
concluido y nosotros estábamos aún impresionados. Durante todo el tiempo que
estuvimos allí, nuestras mentes y corazones refirieron en todo momento lo visto
a Dios Padre y Creador. Si esta era una de sus obras, ¡qué no sería Él! Un
fenómeno como el experimentado nos estaba hablando continuamente de Dios, tanto
por el espectáculo que nos había regalado, a través de las leyes que ha
establecido en la naturaleza, como por haber puesto en nosotros la capacidad de
sobrecogernos al reconocerle indirectamente.
El Antiguo Testamento
frecuentemente asocia las nubes a la presencia de Dios. Entre los episodios más
famosos se encuentran los ocurridos al pueblo de Israel, durante el éxodo,
sobre la Tienda del Encuentro. Así
nos lo relata la Biblia: "Tomó
Moisés la Tienda y la plantó para él a cierta distancia fuera del campamento;
la llamó Tienda del Encuentro. De modo que todo el que tenía que consultar a
Yahveh salía hacia la Tienda del Encuentro, que estaba fuera del campamento.
Cuando salía Moisés hacia la Tienda, todo el pueblo se levantaba y se quedaba
de pie a la puerta de su tienda, siguiendo con la vista a Moisés hasta que
entraba en la Tienda. Y una vez entrado Moisés en la tienda, bajaba la columna
de nube y se detenía a la puerta de la Tienda, mientras Yahveh hablaba con
Moisés. Todo el pueblo veía la columna de nube detenida a la puerta de la
Tienda y se levantaba el pueblo, y cada cual se postraba junto a la puerta de
su tienda." (Ex 33, 7-10).
Esta
asociación a Dios Padre y Creador se veía reforzada por la proyección de rayos
que, de forma radial, partían de la parte posterior de la nube central y, desde
allí, se extendían sobre la tierra y el cielo dirigiéndose a todos los rincones
del universo.
Todas
estas características que nos hablaban de Dios se concretaron delante de nuestros
ojos, estremeciendo nuestras almas y emocionándonos hasta impeler en nosotros
una actitud de agradecimiento. Le doy gracias a Dios, desde estas líneas, por
haberme permitido disfrutar de estos momentos y de haber hecho posible que me
encontrara con la cámara y objetivo idóneo en el momento y lugar preciso.
“Y sucedió que mientras Aarón hablaba a toda la congregación de los
hijos de Israel, miraron hacia el desierto y, he aquí, la gloria del Señor se
apareció en la nube.” (Ex 16, 10).