Como
ya saben los que siguen este blog, en algunas de las entradas explico anécdotas
que están detrás de ciertas imágenes que componen el libro EL CREDO EN
IMÁGENES. Hoy quiero dedicarle esta al making-off, como se dice hoy, de la foto
nº 9, que se encuentra en el primer capítulo del libro, dedicado a Dios Padre
creador.
Vivo
en un barrio que se encuentra a las afueras de Cartagena, separado del grueso
de la ciudad por campo. Varias veces a la semana suelo salir a correr. Parte
del trayecto lo llevo a cabo por carretera. En una de estas salidas aprecié un
grupo de flores que crecían justo al borde de la carretera. Se trataba de la
especie Fumaria capreola. Me llamaron
poderosamente la atención por la belleza y textura que exhibían. Así que decidí
volver otro día con el equipo de fotografía para inmortalizarlas. Así lo hice y
desplegué mi equipo sobre el suelo. El principal problema era que estaban al
borde de la carretera; esta es pequeña y no tiene arcén, sino que el campo
empieza justo donde termina el asfalto. Y allí estaba yo a menos de un metro de
donde pasaban los coches, tendido boca abajo sobre el suelo, paralelo a la
carretera. Debido al numeroso grupo de flores, las fotos no eran fáciles, ya
que pretendía aislar algunos ejemplares del resto buscando fondos bonitos sobre
los que destacaran las flores, lo que me obligaba a ciertos contorsionismos. Otro problema lo constituía la proximidad de
los coches, algunos de los cuales pasaban a gran velocidad; se pasaban por la
cabeza ideas nada tranquilizadores: y si alguno pillaba un chino y me lo lanzaba…,
o si a alguien se le iba el coche al distraerse conmigo; ciertamente, estos
pensamientos no me ayudaban a concentrarme en la realización de las
fotografías.
Regresé
otros dos días tratando de mejorar lo conseguido al ocurrírseme nuevas
posibilidades. Tenía que aprovechar esos días en los que las flores estaban en
su mayor esplendor; pronto se estropearían y no volverían a aparecer hasta el
año próximo o quién sabe. Al tercer día me propuse fotografiarlas contra el
cielo en las últimas horas de luz, cuando suele aparecer un tono anaranjado en
cierta región del cielo al estar el sol prácticamente detrás del horizonte.
Volví a situar un pequeño estudio sobre el suelo. Como había poca luz, los
destellos del flash destacaban en el atardecer. En la distancia se divisaban
los golpes de luz; el problema era que la fuente no era perceptible, al estar
sobre el suelo, semiescondido por las plantas, hasta que los coches no pasaban
a mi lado. Mientras realizaba las fotos me reía al ponerme en el lugar de los
conductores tratando de imaginar qué pensaría mientras no apreciaban el origen
de aquellos destellos que emanaba el suelo en la distancia.
Al
pasar a mi lado, muchos aminoraban la marcha y me miraban con distintos ojos.
Alguno que otro casi llegó a parar. Al mirar a uno, leí en su cara la famosa
expresión del torero: “hay gente pa tó”.
Algunas
de las imágenes de estos días: