Hoy iniciamos el Triduo Pascual:
tres días dedicados a celebrar y vivir los principales misterios de nuestra fe.
Desde este blog y el libro El
Credo en imágenes queremos ayudar a aquellos que
lo deseen.
La liturgia del Jueves Santo es
de una gran riqueza. Entre los diversos misterios, queremos resaltar un par de
ellos íntimamente unidos por este día, pórtico de los momentos decisivos de
nuestra redención, totalmente inmerecida por nuestra parte pero otorgada como
la mayor muestra de amor del Creador para con sus criaturas.
Empecemos por recordar que en la
Última Cena se instituyó la Eucaristía. El apóstol Pablo nos lo relata en su
carta dirigida a la comunidad de los creyentes de Corinto:
“Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con la copa, después de cenar, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. (Cor 11, 23-26).
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con la copa, después de cenar, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. (Cor 11, 23-26).
La Última Cena fue la primera
Eucaristía. En ella, el propio Señor instituyó también el sacerdocio. Dio a
unos hombres y a sus sucesores la potestad de que pudieran repetir esta Entrega
en memoria suya.
Todos sabemos los acontecimientos
que sucedieron a continuación. Recordémoslos de la pluma del evangelista Mateo:
“Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní,
les dijo: «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar». Y llevando con él a
Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces
les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando
conmigo». Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así:
«Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya». Después volvió junto a sus discípulos y los encontró
durmiendo. Jesús dijo a Pedro: «¿Es posible que no hayan podido quedarse
despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer
en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». Se
alejó por segunda vez y suplicó: «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin
que yo lo beba, que se haga tu voluntad». Al regresar los encontró otra vez
durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y
oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus
discípulos y les dijo: «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en
que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense!
¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar»” (Mt 26, 36-46).
El
Señor invita a sus apóstoles a orar. Hoy nos sigue invitando a orar junto a él.
La oración o se hace con Cristo o no se hace, se convierte en otra cosa. En
estos momentos en los que Jesús comienza su agonía, pide a los que le siguen
que le acompañen. Hoy nosotros también podemos y debemos acompañarle, de manera
particular a través de la oración.
Hoy,
como en estos momentos, cuando el Señor dirige su mirada hacia sus seguidores
vuelve a hacer la misma pregunta a muchos de nosotros: «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos
conmigo, ni siquiera una hora? Respondiendo al amor tan grande manifestado en
la Eucaristía en muchos lugares donde la Iglesia está presente, se tiene la
costumbre de poner un monumento en un lugar de la Iglesia distinto al altar.
Allí se dispone un sagrario con el Señor en su interior. Y para tratar de
responder positivamente a la pregunta-recriminación del Señor en el Huerto de
los Olivos, se organizan Horas Santas. Muchos de estos monumentos permanecen
abiertos varias horas, algunos incluso hasta poco antes de la celebración del
Viernes Santo.
Visitemos uno de estos monumentos. Dediquemos un rato a estar con el Señor.
Acompañémosle en estos momentos tan difíciles para Él y tan cruciales para
nosotros.
Termino estas líneas con uno de los monumentos más bonitos que hemos visto.
Se trata del último (2014) que realizó en vida D. Miguel Conesa, mientras era
párroco de Nuestra Señora de la Esperanza, en Cartagena.
Los que posean el libro El Credo en
imágenes, pueden apoyarse en las siguientes páginas para poder meditar,
reflexionar, orar… en este día santo: 78, 88-89 y 106.