En
la celebración litúrgica del Viernes Santo se lee la Pasión según el evangelio
de san Juan. Relata los principales hechos acontecidos desde el Huerto de los
Olivos hasta la sepultura de Jesús. Sin embargo, ninguno de los evangelistas
relata un encuentro manifestado por muchos escultores a lo alto de los siglos.
Recordemos la parte del texto en el que tuvo que suceder:
“Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha
cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Era el día de la
Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las
piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran
en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados
fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con
Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las
piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en
seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es
verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto
sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: "No le quebrarán
ninguno de sus huesos". Y otro pasaje de la Escritura, dice: "Verán
al que ellos mismos traspasaron". Después de esto, José de Arimatea, que
era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos– pidió
autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y
él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido
a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta
kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas,
agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen
los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una
tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los
judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a
Jesús.” (Jn 19, 30-42).
Cuando José de Arimatea consiguió el
permiso de Pilato, el pueblo cristiano siempre ha creído que, tras descender el
cuerpo muerto de Jesús de la cruz, lo depositaron en los brazos de su Madre.
Todos tenemos en mente La Piedad de Miguel Ángel y sus múltiples versiones.
Numerosos artistas y escritores espirituales han descrito este momento. Esta
sería la última vez que la Madre abrazaría el cuerpo mortal de su Hijo. Posiblemente
recordaría las veces que lo abrazó cuando era niño. ¡Tantos momentos vividos se
harían presentes en el corazón de María!
La iglesia de Santo Domingo, de
Cartagena, alberga una de estas representaciones, realizada por José Capuz. Con
el nombre de El Descendimiento (1930)
muestra cómo María, tras haber seguido a su Hijo a lo largo de toda la Pasión,
no puede esperar a que acaben de desclavarlo. Con el brazo izquierdo de Jesús
aún sujeto por el clavo, María arrima su cabeza a la de su Hijo, fundiéndose
ambas mejillas. La Madre quiere sujetarlo para que no sufra por el peso del
cuerpo desplomado. Al mismo tiempo, el Hijo quiere apoyarse sobre la cara de de
Su Madre.
Meditemos este momento contemplando
la imagen que nos regaló el escultor valenciano.
Los que posean el libro EL Credo en Imágenes, pueden ayudarse para profundizar en la gravedad e importancia del Viernes Santo de las fotografías y textos que aparecen en las siguientes páginas: desde la 46 a la 55, la 61, 86 y 120.