Durante toda semana hemos estado
leyendo en los evangelios de la misa varios episodios en los que los enfermos
se acercan al Señor para que los sane. Llama la atención la fe que muchos
muestran en Su capacidad de curación.
El Evangelio de este domingo (Mc
5, 21-43) sigue esta línea mostrándonos dos casos bien distintos aunque con el
denominador común del sufrimiento causado por la enfermedad. Uno de ellos es de
aquella mujer que sufre flujos de sangre desde hacía muchos años y que nadie
había podido curar, dejándola en la ruina. Hoy, muchas personas siguen
sufriendo situaciones similares; van arrastrando una enfermedad durante muchos
años, habiendo gastado muchos sus bienes materiales en tratamientos, médicos,
etc.
El otro lo constituye la enfermedad
de la hija de un jefe de una sinagoga. Está tan grave que al propio padre se le
escapa la siguiente expresión: “…está en las últimas”.
Estos dos ejemplos son buena
muestra del sufrimiento de tantos seres humanos en la actualidad como
consecuencia de las más diversas enfermedades y dolencias que atañen al cuerpo.
Esta realidad supone un poner al hombre en general en humildad, en su realidad
finita y débil. Ante tanta soberbia humana, la enfermedad sitúa a cada ser
humano en su sitio. Y nadie, por muy joven y lleno de salud que tenga en estos
momentos, está a salvo de la enfermedad. Esta puede llegar por los más diversos
medios: edad, accidente, contagio…, y sin avisar.
En los dos casos referidos en el
Evangelio, las capacidades humanas se han declarado claramente insuficientes
para sanarlas. Y, en ambos casos, se manifiesta fe en la capacidad de Jesús para
curar. En este sentido es impresionante la fe de la mujer que sabe que, con
solo tocar el manto de Jesús, quedará sanada. Y así ocurrió. Al final el Señor
la despide con estas palabras: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con
salud”.
El caso de Jairo es distinto.
Mientras está con Jesús le llega la noticia de que su hija ha muerto. Parece
que el Señor va a llegar tarde, pero no es así. La muerte es consecuencia del
pecado y Jesús, con su Pasión, Muerte y Resurrección vence las cadenas del
pecado y nos gana la vida eterna. Por ello, desde entonces, la sobra de la cruz
se extiende sobre todos los que ya han dejado esta vida. Al final de los tiempos,
todos recobramos nuestro cuerpo, para ya nunca más morir.
Mientras tanto, durante nuestro paso por la tierra, el Señor nos presta auxilio. Un instrumento maravilloso por el que llega su gracia es el sacramento de la Unción de Enfermos.