EL VERANO: OTRO TIEMPO PARA EL SEÑOR



En el hemisferio norte tenemos recién estrenado el verano. Las temperaturas suben y muchos pueden tomarse unos días de vacaciones. En general, la vida se ralentiza y las prisas del resto del año parecen perder ímpetu.

La mentalidad vacacional que impera en esta época del año no debe afectar negativamente a nuestras relaciones con el Señor. Todo lo contrario, es un tiempo precioso para poder tratarlo de una manera especial.


Tanto si es a través de unas vacaciones como si son pequeñas escapadas, la atención de muchos de nosotros se vuelve de una manera más concreta hacia la naturaleza. Muchos prefieren las zonas donde el agua es la protagonista o el eje en torno al cual todo gira, ya sea en forma de mar-océano o en forma de lagunas, pantanos o ríos.


Otros, por el contrario, prefieren pasar su descanso tierra adentro. Quizás visitando una zona a elevada altitud con montañas, haciendo turismo rural…


 Como decía antes, este periodo no debe transcurrir al margen de nuestra relación con Dios, esperando retomarlo cuando se reinicie la vida ordinaria propia del resto del año. No debemos darle vacaciones a Dios. Tenemos que aprovecharlo para admirarle aún más, para descubrirlo en la Creación. Podemos conocerlo más profundamente a través de sus obras omnipresentes por doquier y especialmente perceptibles donde el hombre  en desequilibrio con la naturaleza aún no ha puesto su mano. Las siguientes palabras del P. José Antonio de Aldama podría valernos en estos momentos: “La admiración es, debe ser, nuestro sentimiento constante ante las obras de Dios. Una admiración llena de fe, porque vemos más allá de lo que ven nuestros ojos de la cara, para contemplar las grandes maravillas de Dios. La admiración ante las obras de Dios es precisamente el reconocimiento de nuestra pequeñez ante su grandeza, es el reconocimiento de su trascendencia, es el reconocimiento de su señorío total sobre nosotros”.



Muchos dedican su tiempo vacacional a la loable labor de ayudar a los más necesitados.

En cualquier caso, estos meses constituyen un tiempo precioso para descansar el alma en Dios y meditar todo lo que ha hecho y sigue haciendo por nosotros. Tratemos de escapar de las prisas y el estrés tan familiar en nuestros días para contemplar las maravillas del Señor y unirnos más íntimamente a Él.