INTRODUCCIÓN
En la iglesia romana de San Luis de
los Franceses, se encuentra un famoso cuadro que recrea un hecho relatado por
los evangelios: la llamada de Jesús a un recaudador de impuestos para hacerlo
uno de sus apóstoles. Se llamaba Mateo. Este cuadro fue pintado por el maestro
del claro-oscuro, Miguel Ángel Merisi, conocido como Caravaggio, pintor
italiano considerado una de las grandes figuras del barroco.
Para poder entender profundamente
esta pintura, recordemos el hecho tal y como nos los relata el propio Mateo en
su evangelio:
“Al pasar vio Jesús a
un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.” (Mt 9, 9)
Como nos revelan técnicas
radiográficas aplicadas sobre el cuadro de Caravaggio, el resultado final es
producto de un proceso de maduración y búsqueda del artista lombardo.
La escena se desarrolla en una especie de habitación con los
mínimos elementos. Se produce en el telorio, lugar donde se recaudaban los
impuestos. El pintor no quiere que descentremos la atención de los personajes,
para lo que pinta el lugar en el que se desarrolla la acción como un fondo poco
atractivo, oscuro y austero.
A diferencia de cuadros anteriores, en los que aparecían
pocos personajes –tres a lo sumo-, en este cuadro Caravaggio introduce nada más
y nada menos que siete participantes. Esto hace que que no se pueda visualizar
sintéticamente todo su contenido, lo que la convierte en una escena compleja en
la que el espectador tiene que participar y buscar las relaciones entre los
intervinientes. El autor hace trabajar, podríamos decir que participar, a aquel
que se sitúa en frente; ahora bien, siguiendo el camino ya determinado por el
pintor. Así, las miradas, las posturas y gestos y otros elementos hacen detenerse
al observador estratégicamente en múltiples ocasiones para que pueda entender a
cada personaje aisladamente y en su relación con los demás. Comentando la obra
de Caravaggio, Giorgio Bonsanti escribió: “Es por ello que esta pintura suya no
podrá dejarnos indiferentes en ningún momento, y quien ha empezado a observarla
no la podrá abandonar antes de haberla agotado, incluso a pesar suyo.”
Es curioso como el autor ha querido situar otros personajes
de los que no se alude en los relatos evangélicos. Al recaudador se le unen
otras cuatro personas y, al Señor, el antiguo pescador de Galilea. Estos cinco
nuevos personajes tienen una función importante, cada uno representa una
actitud de los habitantes de la tierra. Las posiciones están bien definidas: a
la izquierda el mundo, a la derecha el Reino de los Cielos. El Señor invita a
seguirle, el mundo tiene distintas respuestas o posturas ante su vocación.
Las personas que representan la parte del mundo han sido
vestidas por Caravaggio según las modas y costumbres de su tiempo (con vanidad
los jóvenes y opulencia los mayores), mientras que mantiene las vestimentas de
Jesús y Pedro según la iconografía clásica de la Palestina del siglo primero.
Sería impresionante
poder meternos dentro del cuadro para movernos libremente por la escena y
fijarnos en los detalles que la componen. Esto no lo podemos hacer en el
cuadro, pero quizá sea posible en una fotografía que lo reproduzca. ¿Y si
nosotros tratáramos de recrear fotográficamente el cuadro pero con personajes
de nuestro tiempo? Podríamos obtener algo así:
En la parte izquierda aparecen los personajes que representan
lo terrenal, vivir según el mundo que no tiene, en principio, nada que ver con
Dios. Hay diversidad de edades, están representados los dos sexos y las
vestimentas modernas sitúan la imagen en la actualidad. Esta parte representa
la diversidad de seres humanos.
Sin embargo, la parte derecha manifiesta lo sobrenatural.
Frete a la izquierda, que está íntimamente ligada a su tiempo, Jesús y Pedro
son máximos exponentes de lo eterno, de aquello que trasciende cualquier
tiempo, siendo siempre actual.
JESÚS
Por el lugar en el que tiene lugar el hecho, Jesús y Pedro
parecen irrumpir en un lugar totalmente extraño a ellos. Jesús accede al
telorio como parte del comienzo de su vida pública, llamar a doce personas a
ser sus íntimos en los tres años que aún pasará en la tierra. La presencia de
Pedro no es accesoria, como veremos más adelante.
SAN
PEDRO
Aunque en un principio Caravaggio pensó pintar a Jesús solo,
posteriormente añadió a san Pedro, colocándolo por delante de él. Este elemento
no está situado por una cuestión meramente caprichosa o decorativa. San Pedro
se convertirá en el Vicario de Cristo, en el primer Papa, en el representante
del Señor en la tierra. A él le dará las llaves del Cielo
Si nos fijamos en las manos de Jesús y de Pedro, tienen una postura muy similar, con la gran diferencia de que el Señor tiene el gesto más claro, decidido y contundente, mientras que Pedro está aún en formación; se podría decir que es una postura aún embrionaria. No es su momento; hasta que el Mesías no cumpla todo aquello por lo que ha venido a la tierra y ascienda a los cielos, Pedro no tendrá que ejercer la labor encomendada. Será con la venida del Paráclito cuando la mano de Pedro, y toda su persona, esté ya firme, clara y decidida.
Pero la presencia del antiguo pescador va más allá. Más adelante el
Señor le dirá: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” (Mt
16, 18).
En el momento representado en el cuadro, la Iglesia futura está
presente en la persona de Pedro. Cuando Jesús llama a Mateo a seguirle entre
sus más próximos, le está llamando a formar parte esencial de los primeros
tiempos de la Iglesia. Toda llamada de Dios es a formar parte de su Iglesia.
Esta es grande y los lugares en los que servir diversos. Desde la eternidad,
Dios pensó en cada uno de nosotros para formar parte del Cuerpo de Cristo, de
la Iglesia. Por ello, toda vocación ha de estar integrada en el seno de la
Iglesia. Es el lugar pensado por la Trinidad para dar sentido a nuestra
existencia. El cardenal san John Henry Newman plasmó esta realidad con las
siguientes palabras:
“«Dios me ha creado para hacerle un
determinado servicio: me ha encomendado una obra que no encomendó a otro. Tengo
una misión, quizá nunca lo sepa en esta vida, pero me lo dirán en la otra. De
alguna forma soy necesario para sus fines: tan necesario en mi puesto como un
Arcángel en el suyo. Soy partícipe de esta gran obra; soy un eslabón de una
cadena, un vínculo de conexión entre personas. Él no me ha creado para nada. Yo
haré el bien, realizaré este trabajo; seré un ángel de paz, un predicador de la
verdad en mi propio puesto».”
MATEO
Mateo se encuentra rodeado de otras personas con las que parece estar haciendo cuentas. Da la impresión de que han acabado de recaudar y están contando lo que han recogido. En este ambiente de tranquilidad, aparece Jesús. Es en este momento cuando el Señor se dirige a él con la invitación a seguirle. Sorprendentemente, Mateo abandona totalmente la actividad que hasta ese momento estaba realizando. Otros dos compañeros también se han percatado de la irrupción del Maestro. Sin embargo, y a diferencia de estos, Mateo ya solo tiene ojos y atención para Jesús; psicológicamente está totalmente centrado en Él. Como expone el cardenal Vicent Nichols, “La llamada de Dios se dirige a nosotros tal y como somos, defectuosos e inmersos en las realidades cotidianas de nuestras vidas.”
Mateo tiene clavada su mirada en el Señor. Pone su mano en el pecho como preguntando si es a él a quien se refiere. Pero sabe que es a él a quien se dirige la llamada del Maestro. La mirada de Mateo está totalmente fija en la del Señor. Ambas miradas se funden bidireccionalmente. No es una invitación genérica. La mirada de Mateo es totalmente distinta de la de los que le rodean. Aunque hay otros que también miran a Jesús, la faz de Mateo es diferente. Siente claramente la llamada de manera personal. En todo caso, el atisbo de sorpresa que parece escapar de su cara se entiende por la sorpresa de que todo un Maestro se dirija a un pecador, posiblemente a un ladrón, a un judío que era despreciado por los sacerdotes y entendidos de la ley, así como por el resto del pueblo. Recordemos que un publicano recogía los impuestos que iban dirigidos al Imperio Romano y era normal y sabido que se deslizara parte de lo recogido a sus propios bolsillos. Lo podemos entender mejor recordando el texto que el propio Mateo, en su evangelio, pone justo a continuación de su llamada: “10 Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. 11 Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?». 12 Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. 13 Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores».” (Mt 9, 10-13).
Esta relación entre Jesús y Mateo no es meramente
humana. Caravaggio ha dibujado un haz de luz que, desde el rincón
superior-derecha, atraviesa diagonalmente la escena hasta hacer blanco en el
rostro del recaudador, iluminándolo y dejando en semipenumbra al resto de los
personajes que le rodean en la mesa. Como indican algunos expertos en el
cuadro, esta luz representa la divinidad, concretamente una llamada que
proviene del Padre. Dios es la fuente de toda vocación. El Dios-hecho-hombre se
dirige personalmente a Mateo, no solo para invitarlo, sino para darle también
la luz y las fuerzas para poder responder afirmativamente. No solo en la
pregunta, en la respuesta también está presente la gracia necesaria que, sin
saltarse su libertad, ayudará al hombre a descubrir intelectual y volitivamente
la verdad y el bien para sí mismo. El cardenal Vicent Nichols recoge la
dimensión trinitaria de toda vocación: “la vocación tiene su origen en la
voluntad del Padre; encuentra expresión en y a través del Verbo encarnado; su
dinamismo, incluida esta comunión, es obra del Espíritu Santo.”
El haz de luz reproduce o dirige la parte auténticamente
central de la escena. No se sabe bien si dicho haz hace destacar el gesto de la
mano de Jesús, o es esta la que dirige dicho haz hacia Mateo. En cualquier
caso, dicho gesto parece haber sido tomado por el maestro lombardo de otro
artista con su mismo nombre que le había precedido no hacía mucho, pero por
apellido Buonarroti. En una de sus magnas obras, la que cubre la Capilla
Sixtina, Miguel Ángel pinta el momento de la creación del hombre de tal manera
que Dios toca con su dedo índice extendido a Adán y le insufla el alma dándole
la vida humana.
Es el mismo gesto de la mano de Dios en la Creación el que ostenta Jesús al llamar a Mateo en la pintura de Caravaggio. Con el dedo índice extendido, no solo señala al que se dirige, sino que le ofrece el insuflarle la vida nueva que trae el Mesías, darle una nueva creación, hacerle creatura nueva, lo que conseguirá son su Pasión, Muerte y Resurrección. Para esto es para lo que ha venido Jesús al mundo y se lo ofrece a Mateo, y es lo que ofrece a todos los que llama, y todos somos llamados de una u otra manera, en uno u otro momento.
El evangelio nos dice que Mateo, dejándolo todo siguió a Jesús. Dejó atrás todas las ventajas y las ganancias de ser un recolector de impuestos y llevó consigo, para el servicio del Señor, solamente lo mejor de sí mismo. Entre otras cosas, su pluma, ya que es el autor del primer evangelio.
El joven del extremo inferior-izquierda está totalmente
ausente de lo que allí está ocurriendo. Tiene la cabeza gacha, concentrado
contando monedas. El dinero le atrae tanto, que la realidad maravillosa de la
presencia del Mesías pasa totalmente desapercibida para él. Ni lo oye, y eso
que está ocurriendo en la intimidad del local en el que él mismo se encuentra.
Este personaje bien podría representar a aquellas personas
que solo tienen interés en lo material, en lo que se puede comprar o poseer
físicamente. Lo trascendente, ni siquiera su propia suerte futura después de la
muerte parece preocuparle o interesarle lo más mínimo. Vive y se contenta
solamente con el aquí y ahora y no percibe la existencia de algo superior.
La posición de la cabeza como continuación de la curva que hace su espalda, parece figurar alguien que se pliega sobre sí mismo, que solo tiene ojos e intereses para él. Sería una buena representación del egoísmo, ya que no solo está cerrado a la presencia y palabras de Jesús, sino, incluso, a la de sus propios compañeros de mesa.
Las manos no solo cuentan el dinero, sino que lo sujetan
firmemente como aquel que no quiere perder nada de lo que tiene, que solo lo
quiere para sí. La posición de sus manos parece hablarnos de la avaricia.
Dinero y avaricia hacen muy buenas migas, se retroalimentan una a la otra.
Para Langdon, este personaje representa la humanidad no
redimida, que habita en la oscuridad, y acaso simboliza al joven rico del
Evangelio incapaz de renunciar a sus riquezas y seguir a Cristo. Recordemos las
palabras de Cristo ante la incapacidad de abandonar sus riquezas para alcanzar
la vida eterna: “es más fácil que un
camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los
Cielos” (Mt 19, 24).
EL PERSONAJER SUPERIOR IZQUIERDA
El personaje que se encuentra en la parte superior-izquierda de la escena, supera en edad al resto de los compañeros de Mateo. Él tampoco se ha percatado de la entrada de Jesús, ni de sus palabras dirigidas a Mateo. También está centrado en el dinero. Se podría decir que está supervisando las cuentas realizadas por el compañero, aunque también se podría suponer que está vigilando el dinero, que desconfía de la mano rápida del que tiene a su derecha. Está tan centrado en estas cuestiones materiales que tampoco percibe la realidad trascendente presente en aquella habitación.
Su mayor edad no le ha servido para sobrevolar lo material. Para él sigue siendo el centro de su vida. A pesar de sus años, quiere asegurar básicamente lo terreno.
EL JOVEN A LA IZQUIERDA DE MATEO
Es sumamente sorprendente el gesto del joven que se encuentra a la derecha de Mateo. Está percibiendo perfectamente la presencia y palabras de Jesús. Estas han captado toda su atención hasta el punto de haberse olvidado totalmente de lo que estaban haciendo y de lo recaudado. Sin embargo, su gesto es totalmente diferente al de Mateo.
También es importante la postura, no solo de la mano, sino de todo su brazo izquierdo. Está con su codo echado sobre el hombro de Mateo y ligeramente inclinado su cuerpo hacia atrás. Su reacción a las mismas palabras es bien distinta: es de escepticismo, de incredulidad, de distancia.
Está como diciendo: vaya tontería que está diciendo este,
quién se cree que es… Su postura da la impresión de ser un poco chulesca, con
algo de sarcasmo.
EL PERSONAJE DE ESPALDAS
Finalmente prestemos atención al personaje que se encuentra
de espaldas. Le pasa lo mismo que al anterior: está totalmente centrado en
Jesús, olvidándose por completo del asunto que allí les reúne. Sin embargo, su respuesta
parece ser bien distinta. Está como a punto de reaccionar de una forma que
podría ser violenta. Tiene sus dos manos apoyadas, una sobre la silla y la otra
en la mesa, como el que está a punto de ponerse de pie de una manera rápida,
para lo que necesita puntos de apoyo; a la vez, se aprecia claramente su
espada.
No se fía de Jesús, no sabe a qué vienen aquellas palabras de un desconocido que ha irrumpido donde se hallaban, no sabe cuáles pueden ser sus intenciones.
Pero también podría representar a aquellos que reaccionan
negativamente, incluso violentamente, a todo aquello que tiene que ver con
Dios, con la Iglesia. No es solo que no se quiera complicar la vida, es que le
molesta lo que suene a Cristo. ¡Qué va a venir uno a llevarse a su amigo, a
sacarlo de las cosas del mundo que comparte con él! Hay que aniquilar ese
peligro, hacerlo desaparecer.
El cuadro de Caravaggio parece representar a la diversidad de
la humanidad, al menos a buena parte de ella, ante la invitación de Dios a una
vida de amistad con Él. Es un gran psicólogo y conoce el interior del hombre. ¿En
qué parte del cuadro te situarías según tu vida?