El Ángel le dijo: no
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. (Lc. 1, 30).
Concebirás y darás a luz un hijo, al que
pondrás por nombre Jesús. (Lc. 1, 31).
El será grande y será llamado Hijo del
Altísimo; y su Reino no tendrá fin. (Lc. 1; 32, 33).
María dijo al Ángel: ¿cómo será esto,
pues no conozco varón?. (Lc. 1, 34).
El Espíritu Santo descenderá sobre Ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. (Lc. 1, 35).
Por eso el Hijo, en Ti engendrado, será
Santo, será Hijo de Dios. (Lc. 1, 35).
He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra. (Lc. 1, 38).
Aunque en el Antiguo Testamento hay prefiguraciones que nos
hablan de la realidad trinitaria de Dios, es el Nuevo Testamento donde ya esta
se expresa con claridad. En la Encarnación, Dios está presente de manera
plenamente trinitaria, como expone el texto inicial. En María convergen las
tres divinas personas.
En
algunas ocasiones parece ser una de las tres personas la que opera
preferentemente, pero hemos de ser conscientes de que las tres actúan a la vez.
Se suele decir que el Antiguo Testamento es el tiempo del Padre, la época del
Evangelio la del Hijo y desde los Hechos de los apóstoles hasta la actualidad –los tiempos de la Iglesia– del
Espíritu Santo. Pero, realmente, actúan las tres Personas divinas de manera
singular e indisoluble.
Aunque pueda parecernos la Trinidad algo lejano, el misterio
de la vida profunda de Dios está muy cerca: habita en el templo de nuestro
propio corazón. Como enseñó J. A. Aldama, ha venido a hacer morada en
nosotros desde el momento de nuestro bautismo, haciendo de nuestro corazón su
templo santo. Pero nosotros no somos agentes pasivos: por la gracia, la Trinidad
inhabita en el alma del justo (David Amado Fernández).
Al santiguarnos o al rezar el Gloria, estamos invocando a
Dios Trino, marcándonos con Él o alabándolo. Cooperemos para que todo nuestro
ser se implique auténticamente y no quede solo en palabras. Seamos conscientes
de lo que conlleva nuestro ser bautizados y actuar en consonancia. Tenemos una
gran responsabilidad ante Dios y ante nuestros hermanos. Nuestra principal
colaboración es dejar actuar a Dios Trino, no ponerle trabas ni querer encausar
su gracia según nuestros pareceres. La humildad será la que permita que podemos
responder a la invitación de la Trinidad a formar parte de su familia.
Recibamos, como dirigidas a cada uno de nosotros, las siguientes
palabras de san Pablo: La gracia del
Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre
con todos vosotros (2 Cor 13).