Este domingo, 27 de agosto de
2014, es el domingo 17º del tiempo ordinario. El texto del Evangelio trata
sobre el Reino de los Cielos. La primera parte dice así:
«El Reino de los Cielos es semejante a un
tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a
esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra
el campo aquel.»
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«También es semejante el Reino de los
Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar
una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra»
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(Mt 13, 44-46). |
Aunque el Reino de los Cielos
solo lo alcanzaremos plenamente al otro lado de la muerte, ya se encuentra en
nuestro tiempo. Podemos anticiparlo con nuestra libertad, haciéndolo presente a
nuestro alrededor. Y, ¡qué necesidad tiene el mundo de su actualización!
Durante la realización del libro,
he podido ver, no solo con los ojos físicos, sino también con los del corazón,
el milagro del Reino de los Cielos en la tierra. Todo se transforma, el
ambiente cambia. La atmósfera se percibe llena de amor, de caridad cristiana.
Los principios del mundo contrario a Dios se desvanecen como las tinieblas ante
la luz. ¡Qué diferencia! ¡Qué error hay en el mundo cuando se apega a la
mediocridad o, incluso al pecado y al mal! Si descubriesen la maravilla del Reino
de los Cielos, venderían todo lo que tienen para comprar este Reino. Una de las
ocasiones vividas tuvo lugar en la casa que las Hermanitas de los Pobres tienen
en la ciudad de Murcia. Estas monjitas dedican toda su vida a servir a algunos
de los seres humanos más débiles, los ancianos. Tienen acogidas a personas
mayores en distintos estados de dependencia; algunos podían manejarse algo
mejor, pero otros estaban postrados en una cama, dependiendo para todo de las
hermanas. Me sorprendió el trato que le dispensaban. Una gran naturalidad y
auténtica cercanía, la que solo puede dar el corazón. Cuando se acercan a un
anciano lo hacen con una sonrisa dibujada en su rostro. La manera de cogerlos,
de hablar con ellos…, todo huele al amor de Dios por sus hijos. Esto me
recuerda las palabras del Señor cuando dice que el Reino de los cielos es como
una pequeña semilla que dar lugar a un arbusto en el que las aves pueden
refugiarse. Las hermanitas de los pobres son mujeres sencillas, débiles a los
ojos del mundo actual; sin embargo tienen la mayor de las fuerzas, la del amor
de Dios hecho realidad a través de su continuo sí.
Pero el Reino de los Cielos
también es como la levadura, fermenta la masa. La presencia de las monjitas en
medio del barrio había atraído a un grupo de adolescentes y jóvenes. Un
muchacho, José María, había sido el primero. Quedó tan atraído por la labor de
las monjitas y por la llamada a servir a los ancianos, que empezó a ir y fue
llevando, poco a poco, a muchachas del barrio, algunas de 10 años. Me quedé
sobrecogido ante el amor y naturalidad desplegados por aquellos jóvenes. La
cena fue un auténtico espectáculo, les daban de comer, les limpiaban la boca si le hacía falta…,
estaban pendientes de todo lo que solicitaban y requerían. Le pregunté a una de
las muchachas el porqué de su venida al centro y me contestó que era mucho
mejor que estar aburrida día sí y día también sentada en un banco del paseo
comiendo pipas, o haciendo algo pero. Me quedé conmovido ante la grandeza de la
juventud. Con qué frecuencia es desperdiciada, engañada por un mundo alejado o
enemigo de Dios. Me acordé de tantos jóvenes que malviven este periodo de su
existencia, fundamental para el resto de su vida y que nunca podrán recuperar.
Esta sucursal del Reino de los
Cielos es una anticipación de lo que nos aguarda. El Reino es fuente de
felicidad auténtica y profunda, de grandiosidad del ser humano, y todo simplemente
abriendo las puertas a Cristo, dejando que se aloje en nuestras vidas para
hacerlo presente en el mundo. Pido al Señor que descubramos su Reino y
colaboremos por su extensión.
En el libro EL CREDO EN IMÁGENES,
las fotos 69, 70, 75 y 76 corresponden a lo expresado.