Estamos
a menos de un mes de celebrar la fiesta de la Navidad, es decir, de celebrar el
nacimiento de Jesús. La Iglesia ha situado en estas fechas el tiempo litúrgico
del Adviento. Siguiendo la cronología lógica, en estos momentos podemos
recordar a la Virgen María encinta, con su Hijo en sus entrañas. Ahora tendría
unos ocho meses de vida, aún en su periodo intrauterino; dentro de algo menos
de un mes tendrá lugar el parto, en la noche del Día de Navidad.
María
es la figura central del Adviento. Ella nos lleva de la mano a lo largo de él,
preparándonos para que podamos recibir al propio Jesús como se merece y como
Dios ha querido que lo acojamos.
Trasladémonos
con la mente y, sobre todo, con el corazón a aquellos momentos en la vida de
María. Por un lado era un embarazo como otro cualquiera. Tendría ahora las
molestias propias de una gestación en su fase final. Su alma estaría llena de
ilusiones y esperanzas sobre su Hijo, así como miedos propios de cualquier
madre, y más primeriza. Pero, a la par, sabía que su embarazo era especial. Aún
resonaban en su interior las palabras del ángel Gabriel: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será
llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). Esto era algo que la superaba. Sin
embargo, una cosa tenía segura: todo era obra de Dios y el Espíritu Santo
estaba con ella y en ella.
Hace muchos años, leyendo Vida y misterio de Jesús de Nazaret, su
autor me hizo caer en un detalle de suma belleza: en el contexto de la visita
de María a su prima Isabel, Martín Descalzo dice que el vientre de María fue el
primer sagrario y que el viaje se convirtió en la primera procesión del Corpus.
Desde entonces, esta idea ha estado muy presente en mí, ayudándome a contemplar
con especial cariño a María en este momento de su vida en la tierra.
Cuando me propuse hacer el libro EL CREDO EN
IMÁGENES, esta percepción volvió a mí. Como en tantas ocasiones, la idea me
impelió a buscar la manera de representarla fotográficamente. Se fraguó en mi
mente la imagen de una Virgen claramente embarazada en la que se transparentara
una hostia en su vientre. Ahora había que conseguir las dos imágenes por
separado.
La segunda no tenía excesivo problema: pedí
una forma sin consagrar y la fotografié en un estudio doméstico, situando la luz
de manera que resaltase el dibujo en relieve.
La primera imagen supuso un reto mayor.
Primero había que localizar una escultura de una Virgen embaraza con una
barriga prominente. No buscaba un cuadro ya que quería potenciar el relieve de
la barriga mediante un uso cuidado de mis luces. Buscando por internet y
hablando con amigos y familiares, al cabo de un tiempo localicé en mi ciudad de
nacimiento la talla anhelada, concretamente en el Museo Municipal de Antequera.
Se trataba de una figura de madera policromada del siglo XVI, de autor
desconocido. Solicité el permiso correspondiente al director del Museo, Manolo
Romero, que me dio todas las facilidades. Personado en el Museo, me atendió
Juanjo, al que le estoy especialmente agradecido por la atención que nos
prestó, llegando a cerrar la sala en la que se encontraba la escultura para que
pudiéramos trabajar con tranquilidad y quitando la pesada urna de cristal que
la protegía. Desde aquí doy las gracias a ambos.
Luego, ya en casa, había que ensamblar las
dos fotografías buscando manifestar la visualización concebida meses antes. El
resultado puede verse en la Foto 21 del libro.