Este
fin de semana los católicos tenemos dos celebraciones de suma importancia. Las
dos nos hablan de lo que hay al otro lado de la muerte. Pertenecen a la
Revelación, pero también son patrimonio de la Humanidad (compartido por
multitud de religiones) y consecuencia del sentido común y de la necesidad de
verdadera justicia.
El
sábado 1 hemos celebrado la alegría que suponen la multitud de todos los
santos, los reconocidos oficialmente por la Iglesia y, especialmente, los que
no aparecen en los santorales. Todos ellos han llegado a la meta, han completado
el camino, han corrido correctamente la carrera que supone la existencia terrena. Como
consecuencia, el Señor les ha regalado el poder disfrutar eternamente de su
amor y compañía de manera plena. Este es el sentido de toda existencia humana.
Este es el sentido de la vida de todo hombre. EL Concilio Vaticano II llama a
la santidad la sublime vocación, y todos los bautizados estamos llamados a ella.
Por ello, es una fiesta que debemos celebrar por todo lo alto. También es una
fiesta que nos recuerda la meta de nuestra vida para que la tengamos clara y
hagamos todo lo posible por alcanzarla, lo cual solo se puede con la gracia de
Dios y nuestra humilde colaboración.
El
domingo 2 celebramos la festividad de todos los fieles difuntos. En ella, la
Iglesia pone ante nuestra conciencia la existencia de las almas que, habiendo
muerto y habiéndose librado del infierno, aún no están disfrutando en plenitud
de la gloria del Señor. Son las benditas almas del purgatorio. Estás almas aún
deben lavar sus vestidos para presentarse sin mancha ante el Cordero. Al menos
una vez al año, la Iglesia quiere hacernos ver la importancia y urgencia que
tienen las oraciones y ofrecimientos por las almas del purgatorio. Estas almas
no pueden pedir por sí mismas. Hay muchas que nadie pide por ellas. En el
purgatorio ya no se puede merecer en sufragio por los propios pecados. Dependen
de nosotros. No sabemos si tendremos algunos familiares y amigos en este
estado; seguro que todos tenemos varios. Y es muy posible que muchos de
nosotros tengamos que pasar por esta fase de purgación (y contentos por haberla
alcanzado). Este es el sentido de esta celebración cuyas raíces se pierden en
la historia del pueblo de Dios y de nuestra cultura.
Sin
embargo, un enemigo de las almas del purgatorio se está colando en nuestra
sociedad e Iglesia a través de los medios de comunicación: Halloween o Día de
las brujas. Aunque sus orígenes parecen remontarse a antiguas celebraciones
celtas, el paso de los años y, sobre todo, como se presenta y se vive en la
actualidad, lo han desprovisto de todo significado. Por que, ¿qué es lo que se
celebra en la actualidad con Halloween? Me duele ver a tantos padres y
responsables de la educación de las nuevas generaciones olvidarse del sentido
de nuestra fiesta para disfrazar a sus hijos (o a sí mismos) de brujas,
demonios, monstruos, etc.
¿Qué
va a ser de tantas almas que, dependiendo de las oraciones y ofrecimientos de
sus familiares aún en tierra, van siendo abandonadas al sufrimiento que supone
el purgatorio? Y si, cuando llegue el momento, les toca a ellos, ¿creen que sus
hijos, adiestrados para un celebrar un carnaval adelantado, van a orar o
interceder por ellos?
Hace
un par de años, estando en el templo parroquial del pueblo cordobés de
Benamejí, mi sobrino Máximo me llamó la atención sobre un cuadro pintado en la primera
mitad del XX. Representa de una manera que me cautivó las almas del purgatorio
esperando la redención de Cristo, con un par de ángeles que recogen su sangre
emanada mientras cuelga en la cruz. Las almas que aparecen en el cuadro
muestras distintas maneras de vivir su purgatorio. Algunas tienen una actitud
verdaderamente estremecedora.
Mientras
recuerdo el cuadro, me viene a la cabeza la siguiente cuestión: ¿quién seguirá
pidiendo por tantas almas si nuestro pueblo cristiano se va olvidando de sus
responsabilidades para acoger supercherías, en el mejor de los casos, sin
sentido?
Purgatorio (1936), de José María Labrador, iglesia de
la Inmaculada Concepción (Benamejí, Córdoba) :