El
tercer domingo de Adviento es llamado tradicionalmente “Gaudete” porque la
antífona de entrada de la misa, en latín, empieza por esta palabra. La
antífona, tomada de San Pablo dice: “Estad
siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”
(Flp 4, 4-5).
Esta
alegría a la que nos invita el apóstol de los gentiles es una alegría que no
tiene nada que ver con la “alegría del mundo”. Esta última es superficial, efímera,
basada frecuentemente en realidades materiales; en pocas palabras, es una falsa
alegría porque se apoya en la propia persona, con lo que se busca por sí misma.
Sin
embargo, la alegría que nos trae el Señor es de índole bien distinta. Poco o
nada tiene que ver con la anterior. Es una alegría profunda, del alma,
perfectamente compatible con problemas y cruces. Es una alegría del corazón.
Esta se apoya en Alguien bien distinto al que la siente: es una alegría que,
como nos recuerda el Magníficat (salmo responsorial del tercer domingo), se
basa en el Señor: “Se alegra mi espíritu
en Dios mi Salvador” (Lc 1, 47).
María
lleva a cabo esta proclamación ante la venida inminente al mundo del Salvador a
través de su vientre. El Adviento es un tiempo de preparación a la celebración
de la venida de Jesús. Esta es razón más que suficiente para producir la mayor
de las alegrías. Con su venida, Pasión, Muerte y Resurrección, nos ha ganado la
alegría de la Salvación. El profeta Isaías, en la primera lectura, nos dice
cómo: “Con gozo me gozaré en Yahveh,
exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de salvación, en
manto de justicia me ha envuelto como el esposo se pone una diadema, como la
novia se adorna con aderezos” (Is 61, 10). Y, ¿cuándo ha tenido lugar esto
en mí persona? En el Bautismo. El sacramento del Bautismo “me ha revestido de ropas de salvación”. En el Evangelio de este
día, se alude al bautismo, a través del bautismo
de conversión de Juan (cf. Jn 1,
26-27).
Por
ello, Jesús es el único que puede hacer suyas las palabras del profeta Isaías: “El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí,
por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me
ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la
liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh,
día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para
darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza
en vez de espíritu abatido” (Is 61, 1-3a).
En
estos días, profundicemos en la proximidad de la Navidad y llenémonos de
alegría y gozo. Pidámosle a María que interceda para que nos unamos a su
proclamación con todo nuestro ser.