EL BAUTISMO DE JESÚS, NUESTRO BAUTISMO





Este domingo 11 de enero de 2015, la Iglesia nos recuerda el Bautismo del Señor, cerrando de esta manera la Navidad. El evangelio nos relata: “En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.». Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»” (MC 1, 7-11).

 

Muchas cosas pueden comentarse de este evangelio, pero solo voy a señalar dos. La primera es la manifestación claramente sensible de la Santísima Trinidad. La segunda, como nos relata más claramente Mateo, es que, a pesar de que Jesús no tiene necesidad de bautizarse, quiere dar ejemplo hasta en este punto, marcándonos así el camino. Con este acto inaugura su vida pública.

Es un día precioso en el que la Iglesia nos invita a profundizar en el bautismo. Era costumbre en las iglesias antiguas situar la pila bautismal a la entrada de los templos, frecuentemente en una capilla lateral; esta disposición estaba cargada de sentido: igual que estas pilas se encontraban a la entrada, el bautismo es el sacramento de entrada a la Santa Iglesia, al Cuerpo de Cristo. Por él se perdonan los pecados, entre ellos el pecado orinal, y nos hace hijos adoptivos del Padre. Esto es posible por Jesucristo. Con su muerte y resurrección nos ha rescatado del pecado y de la muerte y nos ha ganado para la vida verdadera y eterna. Esto es lo que se realiza en cada uno de los bautizados. ¡Qué importante es que agradezcamos a Dios tan inmerecido rescate y asumir la responsabilidad que tenemos todos los bautizados! Si importante es el día de nuestro parto biológico, ¡cuánto más no será el de nuestro parto a la vida divina en Cristo!

El viernes 9 de enero oía al P. Emilio OFM, en Cartagena, cómo exponía a algunos alumnos del colegio franciscano de la Inmaculada, la buena y sana costumbre que sería el poder visitar la iglesia en la que fuimos bautizados y dar gracias a Dios y a nuestros padres terrenos el haber podido recibir tan incalculable regalo; animaba a recitar allí, ante la pila bautismal, el signo de nuestra fe, el Credo.

En la Iglesia de Benamejí, en Córdoba, la primera capilla que se encuentra a la izquierda tiene el nombre de Capilla del Bautismo y de la Penitencia. En el centro de la misma se halla la pila bautismal y, frente a ella, el confesionario. ¡Cuánta sabiduría y, sobre todo, cuánto amor de Dios hay en esta capilla! Aunque con el bautismo se nos perdonan todos los pecados que podamos haber cometido ―incluído el original, heredado―, el hombre es débil y vuelve a caer. Pero el Señor, conocedor de esta realidad y lleno de misericordia, sale al encuentro de cada pecador para volver a rescatarlo. Y esto lo realiza a través de otro sacramento: el de la Penitencia. Esta realidad está perfectamente recogida en esta capilla de Benamejí.


A continuación expongo algunas imágenes de pilas bautismales en distintos momentos liúrgicos:

 D. Miguel Conesa bendice el agua de la pila bautismal con el cirio pascual en la celebración de la Vigilia Pascual.

El P. Donato da un beso de bienvenida a la Iglesia a un niño tras llevar a cabo el sacramento del bautismo.

La familia de Paloma tras la pila bautismal al terminar la ceremonia de su bautizo
 

 El vicario espiscopal de Cartagena, D. José Abellán, durante la homilia

No dejemos pasar este día sin meditar sobre nuestro propio bautismo y sus divinas consecuencias.