EL NIÑO JESÚS Y LA CRUZ



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Aunque la Iglesia cierra el periodo de Navidad, litúrgicamente hablando, con el Bautismo del Señor (primer domingo después de la Epifanía), podemos considerar y contemplar la infancia de Jesús en estos días posteriores. 

Pensemos en sus primeros años de vida, en cómo viviría su infancia. El Evangelio es muy escueto relatando este periodo, demasiado para nuestro gusto. Una de las muy pocas referencias lo hace a través de la pluma de san Lucas: “El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.” (Lc 2, 40).
Hoy, cuando pensamos en la infancia, frecuentemente queremos alejar de ella toda posibilidad relacionada con las dificultades y los sufrimientos. Pero Jesús, desde pequeño, tenía muy claras las cosas; tras estar tres días perdido a los ojos de María y José, Lucas describe la conversación del encuentro: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?».” (Lc 2, 48-49). Desde que va teniendo uso de razón, va tomando conciencia de la misión que el Padre le ha encomendado y de la manera de cómo debía llevarla a cabo. Es por ello por lo que, hasta hace unos años, la piedad popular gustaba de representar imágenes del niño Jesús asociadas a la Pasión redentora que le esperaba.
La celebración de la Navidad tiene sentido no por sí misma, no por el nacimiento del niño Jesús en Belén, sino porque, gracias a su encarnación y nacimiento, pudo tener lugar su sacrificio de una vez para siempre por el que hemos sido redimidos del pecado. Si no hubiera nacido, no podría haber sido crucificado, muerto, sepultado y resucitar el tercer día. Esta realidad es mostrada claramente por las palabras del anciano Simeón dirigidas a María: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”. (Lc 2, 35-35).
Puede que, a los ojos de cierta modernidad, las imágenes de este montaje produzcan incomprensión y cierto rechazo. Pero hemos de tener claro que el nacimiento de Jesús, su infancia, adolescencia, etc., están íntimamente unidos a su sacrificio, a su cruz. Si se desligan, dejan de tener sentido, se pierden en el tiempo. Es justamente la cruz la que hace que toda la existencia de Jesús haya tenido lugar como la más excelsa de las existencias, como aquella que merece ser contemplada, profundizada y meditada con el corazón, con todo nuestro ser.
Desde estas líneas quiero agradecer a Luis David Alonso Martínez el permiso y facilidades concedidas para llevar a cabo la sesión fotográfica de sus niños Jesús.