LOS PRINCIPIOS DE LA NATURALEZA, ES DECIR, LAS DISPOSICIONES DE DIOS SOBRE SU CREACIÓN



“El cielo proclama la gloria de Dios; de su creación nos habla la bóveda celeste. Los días se lo cuentan entre sí; las noches hacen correr la voz. Aunque no se escuchan palabras ni se oye voz alguna, su mensaje llega a toda la tierra, hasta el último rincón del mundo” (Sal 19, 1-4).


 Siempre ha llamado la atención de los que se han propuesto penetrar los misterios naturales, la maravillosa armonía que reina por doquier. El orden rige la disposición de la materia en sus diversos niveles. El universo se presenta no como resultado del azar, sino como obediente a unas leyes naturales que lo gobiernan y encauzan. 


Estos principios de la naturaleza no se los puede haber otorgado ella misma, ya que está sometida a los mismos. La existencia de estas leyes nos refiere de manera clara al Creador, a Aquel que tiene la capacidad de haberlos originado. Es más, nos hablan de la necesidad de su existencia. Por ello, al autor del salmo 148 escribió hace muchos siglos: “porque él lo ordenó, y fueron creados; 6 él los afianzó para siempre, estableciendo una ley que no pasará” (Sal 148, 5b-6).


Por ello, hombres de la entidad de Einstein manifestaron su asombro y admiración con expresiones como: “Dios no juega a los dados”. Veían en la inteligencia de la naturaleza al Creador. Era su muestra más fehaciente. Por eso decía san Pablo que, a través de la Creación, podemos llegar a conocer a Dios.


Como resultado de estas disposiciones divinas surgen, entre otras muchas cosas, las constantes naturales, aquellos números que se presentan de manera repetitiva en las formas naturales. Una de estas es la famosa proporción áurea, descubierta por pensadores clásicos varios siglos antes de Cristo. Se refiere al cociente entre dos rectas, cuyo valor es 1, 618… Es una proporción armoniosa. Los matemáticos de la Grecia clásica veían a este número como místico. Muchos siglos después, Durero construyó una serie de rectángulos adyacentes guardando la proporción áurea entre sus lados y unió determinados vértices generando la llamada espiral de Durero


 Esta espiral es seguida por diversos organismos pluricelulares. Entre ellos destaca un molusco considerado un fósil viviente. Si se corta su concha longitudinalmente por la mitad, se observan una serie de cámaras sucesivas que siguen la espiral de Durero, es decir, el animal, durante su crecimiento, sigue la secuencia de Durero para dar lugar a cada cámara a partir de las anteriores. El molusco solo ocupa la última cámara; el resto las utiliza como sistemas para controlar su flotación.

 

Al observar las manifestaciones de las disposiciones divinas sobre la creación, como esta concha de nautilus, uno se sobrecoge ante tanta belleza y su corazón se dirige al Creador maravillándose ante su obra. Por ello, digamos con el salmista: 


¡Aclame a Dios toda la tierra!

¡Canten la gloria de su Nombre!

Tribútenle una alabanza gloriosa,

digan a Dios: «¡Qué admirables son tus obras!»

[…] Por eso, alegrémonos en él,

que gobierna eternamente con su fuerza” (Sal 66, 1-3, 6b-7).